Por Chester Dawson en Tokio y Jason Dean en Beijing
China sobrepasó a Japón en 2010 para transformarse en la segunda economía del mundo, un cambio histórico que ha generado sentimientos encontrados en las dos potencias asiáticas: resignación teñida de introspección en Japón y una mezcla de orgullo y cautela en una China renuente a asumir nuevas responsabilidades globales.
El gobierno japonés hizo oficial el largamente esperado hito en la mañana de este lunes, al informar que la economía se contrajo 1,1 % interanual durante los tres últimos meses del año pasado, un período en el que China creció 9,8% frente a igual lapso del año anterior. De esta forma, el Producto Interno Bruto de Japón se ubicó en 2010 en US$5,47 billones (millones de millones), o 7% inferior a los US$5,88 billones que China informó el 20 de enero.
Ambas economías son considerablemente menores que la estadounidense. Japón y China combinados todavía están por debajo del PIB de Estados Unidos en 2010 que alcanzó US$14,6 billones.
La noticia, sin embargo, marca el fin de una era. Durante casi dos generaciones, desde que superó a Alemania Occidental en 1967, Japón fue la segunda economía del mundo. La nueva clasificación simboliza el ascenso de China y el declive de Japón como motores de la economía mundial.
El auge económico de China ha sido la principal fuente de legitimidad del Partido Comunista. Pero al gobierno también le preocupa que el título de titán económico acarrea obligaciones indeseadas para un país que de muchas maneras sigue siendo pobre. «China supera a Japón para transformarse en la segunda economía del mundo, pero no la segunda más fuerte del mundo», se tituló un artículo en la página web de El Diario del Pueblo, el órgano del Partido Comunista.
En Japón, el momento es visto como otra fase de un prolongado debilitamiento. «Es natural que Japón sea superado por China considerando su creciente PIB y su mayor población», comentó recientemente el gobernador de Tokio Shintaro Ishihara. El extrovertido nacionalista fue otrora la orgullosa voz de la nación y fue coautor del libro de 1989 «Un Japón que puede decir no». Ahora, Ishihara alude a la posición de su país con un dejo de tristeza. «Es una desgracia que varios otros signos del declive de Japón se destaquen tanto sobre este telón de fondo», aseveró.
Las complejas reacciones en ambos países reflejan el hecho de que China continúa por detrás de Japón en muchos aspectos y la realidad de que su creciente interdependencia los vuelve socios además de rivales.
El ingreso per cápita de China es la décima parte del de Japón. El Banco Mundial calcula que más de 100 millones de chinos, casi la totalidad de la población de Japón, viven con menos de US$2 diarios. Robin Li, el presidente ejecutivo del motor de búsqueda chino Baidu Inc., añade que «China aún no ha producido una empresa con una influencia auténticamente global…», como Toyota Motor Corp.
Muchos líderes empresariales japoneses resaltan que Japón sería más débil sin las exportaciones a China y sin la llegada de turistas de ese país. «Calculo que el PIB de China duplicará el de Japón en alrededor de ocho años», dice Masayoshi Son, presidente ejecutivo de Softbank Corp., que se las ingenió para crecer en medio del declive económico. «Si más compañías japonesas vieran esta situación como algo positivo, las perspectivas económicas de Japón serían más optimistas», subrayó.
Las diferentes visiones de una China ascendente y un Japón en declive quedaron de manifiesto en la última encuesta sobre confianza de los consumidores realizada el mes pasado por Nielsen Co. en 52 países. Los chinos están entre los más optimistas con un índice de confianza de 100, comparado con el promedio mundial de 90. Los japoneses empataron con los rumanos como los cuartos más pesimistas, con un índice de 54.
Para Beijing, ser la segunda economía del mundo significa, entre otras cosas, adquirir una nueva influencia global. China ha anunciado su voluntad de utilizar sus reservas de US$2,85 billones en moneda extranjera para estabilizar países en problemas como Grecia mediante la compra de sus bonos. Pero el gobierno sospecha que los países ricos quieren utilizar su ascenso para endosarle mayores responsabilidades en temas como la reducción de las emisiones de carbono.
En el ámbito interno, el ascenso al segundo puesto complica la narrativa del Partido Comunista, que se basa en un sentido de victimización a manos de potencias extranjeras, entre ellas Japón en los años 30. Los líderes son conscientes que la imagen de China como potencia económica trae el riesgo de llamar la atención sobre las carencias de un país simultáneamente poderoso y pobre. El gobierno, por ende, se atribuye los logros económicos a la vez que los minimiza. Cuando la Oficina Nacional de Estadísticas informó el PIB chino de 2010, su director Ma Jiantang calificó el resultado como «producto de la ardua lucha y el continuo progreso del pueblo chino bajo el liderazgo del Partido Comunista» pero agregó que China sigue siendo uno de los países más pobres del mundo por ingreso per cápita.
Cuando Japón era un ascendente número 2 en los 80 y 90, encaraba las mismas presiones que China teme. «Algunos de nosotros vemos la época de las críticas a Japón con nostalgia», reconoce Takatoshi Ito, profesor de Economía de la Universidad de Tokio. «Estábamos frustrados, pero ser ignorado es peor que ser criticado», dijo.